lunes, 23 de agosto de 2010

Introducción "Paciencia del hostelero"


Hace unos días escribí en el blog una entrada en la que hacía mención al último libro que he adquirido "Confesiones de un camarero" (libro que recomiendo a todo aquel que le gusten los best sellers). Comenté que, cada fin de semana, haría una reseña sobre lo que ocurriese en el trabajo. Anécdotas graciosas, cosas que llamen la atención, pedidos extraños...


Este fin de semana ha sido como cualquier otro, sin mucha gente nueva, pero con los habituales, los que día tras día se dejan caer por allí aunque sea una sola vez. El pueblo donde está situado el bar es pequeño, todo el mundo se conoce y siempre hay sus más y sus menos, como en todos los sitios. Los días pasan entre charlas con los compañeros y algún que otro pedido, pero sin mucho ajetreo. El verano y las fiestas hacen mella en los fines de semana, pero eso no es un impedimento para que el ambiente siga siendo bueno. Los niños corren de un lado para otro, muchos toquetean los muebles o los grifos, son niños. Los padres, mientras tanto, disfrutan de un aperitivo y de alguna ración.


Yo no soy camarera, soy cocinera. Pero en los momentos en los que no hay pedidos de raciones y veo la cocina tranquila, me gusta salir al frente de la barra (el bar es de mi prima). Recuerdo que hace meses no sabia ni que era cada cosa. Lo que antes era un mundo, hoy es algo normal. Las cañas ya no son un impedimento y ya conozco las clases de vinos que hay, incluso que cliente va a tomar qué cosa... se va aprendiendo. Sólo me queda por saber cómo servir combinados o algún licor especial. Pero terminaré aprendiendo. Me quedo absorta mirando a los camareros cómo preparan los pedidos: los hielos, las verduras, el licor.... es un buen mundo para todo aquel que sepa apreciarlo.


Dicen que la hosteleria es dura y no les falta razón. Son horas y horas de pie, aguantando el dolor y con una sonrisa en los labios, pero me resulta muy gratificante. No sé si será porque soy novata en este mundo o porque he encontrado algo que me llena de verdad. Pero ver a los clientes cada día con sus historias, sus familias, sus problemas empieza a formar parte, indirectamente, de tu vida. Son personas que entran al establecimiento con la única intención de pasar un buen rato, disfrutar tomando algo o, simplemente, tener alguien con quien conversar, el camarero. Este debe ser paciente, escucharles, hacer alguna pequeña intervención, pero dejarle el protagonismo absoluto a él. Es la ley del camarero.


Al final del día estás agotado, te duelen los pies, las piernas, todo... pero te vas con esa gran satisfacción de haber contribuido al bienestar de "tus" clientes.

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