Había una vez...

Había una vez una princesita dulce, nerviosa, a veces impulsiva, ingenua y, parece ser, que bondadosa. Durante muchos años la princesa se había dedicado a ser feliz, pasear, disfrutar de la vida sin preocupaciones. Sabía que existía un lugar prohibido, pero nunca había caído en la tentación de llegar hasta él.

Sin embargo, un buen día (o malo, según se mire), la princesa sintió curiosidad. Nerviosa se acercó al sitio misterioso y traspasó la línea que separaba la felicidad de la tristeza. Y cayó en la tela de araña más grande de todas las que había a su alrededor.

De momento, la ingenua princesita, sólo había caído parcialmente, pero poco a poco fue introduciéndose mucho más, hasta que ni un leve rayito de luz alumbraba su delicado rostro. Muchos príncipes intentaron sacarla de ese sombrío lugar, pero ella nunca lo permitía. Los príncipes, cansados, se iban a rescatar a otras princesas. Mientras ella, en su fuero interno, pensaba una y otra vez: "Esta tela no es tan mala, seguro que algún día se rompe y veo la luz". Pero pasaban los días, las semanas, los meses y la tela seguía siendo como una fortaleza.

En ocaciones, ésta le llenaba de esperanzas y fingía medio abrirse, o permitía que se viese un poco de luz. Todo era un espejismo, la tela seguía tan fuerte como siempre. Pero la princesa, en su ingenuidad, seguía confiando en que aquello terminaría por ceder-

Se acercaba su cumpleaños y llevaba prácticamente un mes pensando que ese día vería la luz. Pero la telita se la jugó y, en vez de abrirse, se cerró del todo. La princesa comprendió, entonces, que todo había sido un juego.

Ahora sólo espera que un príncipe le salve de tal encrucijada y que, aunque no sea la misma luz, sus ojos puedan volver a ver.

Moraleja: El amor no siempre es como lo pintan, a veces es tan fuerte que te ciega. Y sólo abres los ojos cuando la tela se cierra